BOLETIN No. 6

 DE LA NEUROCIENCIA A LA INTELIGENCIA POLITICA

Dr. Ademir Do Santos
Doctorando Antropologia de Iberoamérica
Universidad de Salamanca - España


Es interesante conocer acerca de las conductas evaluadas por el grupo de Investigaciones conformado por Dr. Drew Westen,
Pavel S. Blagov, Keith Harenski, Clint Kilts, y Stephan Hamann y motiva aún más algunas  publicaciones acerca de sus estudios como consecuencia de la investigación denominada Political Brain (cerebro político). El Dr Westen, Director del Proyecto, es experto en psicología política y psicólogo clínico y de personalidad de los departamentos de psiquiatría y de ciencias de la conducta de la Universidad de Emory, en Atlanta.

La inquietud se evidenció cuando evaluó el comportamiento de los movimientos políticos con registros de militantes numéricamente superiores y cuyos valores políticos y postulados económicos son compartidos por un gran número de norteamericanos, y ante el hecho que los demócratas pierden elecciones con más frecuencia que los republicanos.
 
En su análisis encontró que las elecciones se ganan en el “mercado de la emoción” y no en el de la razón y que cuando emoción y razón combaten, ésta pierde invariablemente.

Asegura que los republicanos han recurrido a la inteligencia Política, para entender mejor a la población votante en esta etapa de elecciones, es de suma importancia entender el “Political Brain” y apelar a la emoción, por ello afirma el Dr. Drew, en los últimos 30 años han ganado más ocasiones la presidencia y los presidentes republicanos en funciones se han reelegido con más facilidad, mientras que los demócratas siendo mayoritarios, no han entendido que los datos por sí mismos no conducen a la victoria.

En su teoría de Political Brain afirma que las lucubraciones de concepción moderna de la mente humana no tiene nada que ver con la manera en que funciona efectivamente.
 
En desarrollo de la Investigación, el Científico y un grupo de neurólogos estudiaron a finales de 2004, en plena campaña presidencial, los procesos cerebrales de militantes partidistas cuando procesan nueva información política, potencialmente incómoda, adversa y emotiva.

El objetivo del experimento era exponer a los votantes o militantes o no, frente a un razonamiento a una conclusión lógica, y que obligaría en todo caso a un partidario a tomar una decisión en un escenario donde se encontraba en pugna su fervor partidista y la conclusión evidenciada.
 
La hipótesis consistía en determinar que: si datos y deseo chocan, el “political Brain” buscaría “razonar” hacia la conclusión deseada.
 
Westen presentó en enero pasado los resultados en la Octava Conferencia Anual de la Sociedad de Psicología Social y de la Personalidad en Memphis, Tennessee, y confirmó que cuando un militante se enfrenta a información política discordante (inconsistencias entre dos discursos de un candidato, o entre lo que dice y hace) trata de obtener conclusiones predeterminadas y emocionales por naturaleza y que en el proceso le da mayor peso a la evidencia confirmatoria y desestima la contradictoria.

El militante logra todo esto debido a que su cerebro activa una red neuronal que le produce estrés y reacciona disipando esa incomodidad a través, inclusive, de razonamientos incorrectos. Se descubrió además otra peculiaridad: así como se apagaron los circuitos neuronales de las emociones negativas, se encendieron los de las positivas e inclusive los de las sensaciones de recompensa. Las conclusiones de Westen son dos con sus respectivas implicaciones para aquellos que hacen política o la estudian.

Primera, que los candidatos de los partidos grandes, cuando están en campaña, no deberían preocuparse por tratar de atraer a los militantes de otros partidos, sino esforzarse por persuadir para su causa al 10% o 20% de los electores del centro llamados cambiantes (o swichters) y que sumados a su base partidaria tradicional, generalmente de alrededor de 30%, podrían darle la victoria.
 
Segunda, que el cerebro político es un cerebro emocional; que no estamos ante una máquina de cálculo desapasionado que busca objetivamente los hechos y las cifras adecuados para tomar una decisión razonada.

Con estas conclusiones, el autor propone un nuevo tipo de inteligencia: la inteligencia política, con estos componentes: inteligencia emocional, empatía, habilidad para emanar y convocar confort o bienestar, y habilidades para formar coaliciones y administrar jerarquías e inteligencia general.

Ahora bien, la inteligencia política se refiere no sólo a la del electorado, que al parecer evalúa y califica candidatos en siete segundos aún antes de que pronuncien una palabra; sino a la que deberían proyectar los propios candidatos y sus mensajes de campaña, como lo hicieron exitosamente Reagan y Clinton, espléndidos comunicadores de gran inteligencia política y que, además de desbancar a un presidente en funciones, (Carter y Bush padre, respectivamente) lograron reelegirse 4 años después. O sea, a mayor inteligencia política del candidato, mayores posibilidades de que resulte victorioso.

David Hume expresaba que la razón es esclava de la emoción y en política electoral el aserto cobra cada día más peso. Por ejemplo, los partidos mexicanos deberían empezar a diseñar sus campañas y a seleccionar sus candidatos con otros parámetros; los de la inteligencia política, que por ningún motivo debería ser desestimada debido a que no se está ante un descubrimiento menor. Al detallar los componentes de la inteligencia política y al ofrecerle adicionales reflexiones sobre la nueva centralidad de las ciencias neurológicas en política, las dinámicas en los periodos de campaña y las decisiones de los mandatarios, deben concretizar un gran dispositivo informacional.

Baste ahora con transcribir una frase de Political Brain que bien podría ser el núcleo de la obra y la semilla de una nueva percepción política de la manera en que nuestros partidos hacen campaña y seleccionan candidatos: “No podemos cambiar la estructura del cerebro político, que representa millones de años de evolución, pero podemos cambiar la manera en la que le hablamos”.

Esta Categoría de inteligencia se suma a una verdadera tendencia global. Existen un componente científico y bibliográfico como el de Daniel Goleman sobre la inteligencia emocional (1997), sobre la inteligencia social (2006) y la obra precursora: teoría de inteligencias múltiples de Howard Gardner (1993).

Con todo ello, no solo se estudia el componente Neuro-psicológico de el elector, sino también del Candidato, aspirante, mandatario y de su entorno, en tal sentido la inteligencia política tiene varios componentes.

El primero es determinado por Goleman: la inteligencia emocional, que en pocas palabras significa la habilidad para manejar bien las emociones; reconocerlas, usarlas y controlarlas adecuadamente en nuestras interacciones sociales cotidianas.

El segundo es la empatía, que es la capacidad de identificación mental y afectiva con alguien y de compartir su estado de ánimo… una especie de facilidad para “leer” a nuestro interlocutor y entender y sentir lo que el de enfrente está sintiendo.

El tercer elemento es la habilidad de concitar bienestar o comodidad. Resulta que el cerebro político detecta fácilmente en el lenguaje corporal del candidato, la comodidad o la ansiedad de éste con la convivencia en general.

El cuarto y quinto componentes (habilidades para formar coaliciones y para administrar jerarquías) son analizados por Westen estudiando pormenorizadamente el comportamiento y talento de algunos primates para navegar en sus redes sociales y de poder, que en la estructura social nuestra conforman el objeto de la inteligencia Política como actividad.

El último elemento es lo que los psicólogos llaman inteligencia general o colectiva, es el imaginario e ideario colectivos, con la capacidad de resolver problemas, pensar rápidamente y hacer o planear varias cosas a la vez.

Otra de los elementos determinantes de la investigación es que los electores deciden su voto así: 80% de la decisión, basados en sus emociones y corazonadas y el 20% restante, con fundamento en los asuntos o temas electorales. Con este conocimiento, los republicanos han diseñado un método de campaña que le habla precisamente a ese 80% emotivo generalmente concitando miedo y odio (¿se acuerda del “peligro para México”?). Los demócratas, al contrario, dirigen sus mensajes políticos al 20% racional y en un divertido juego de palabras, el autor se explaya: los “republicanos gobiernan con fe e intuición pero hacen campaña con la ciencia más avanzada, mientras que los demócratas gobiernan con la ciencia más avanzada pero hacen campaña con fe e intuición”.
 
Con todo ello las investigaciones acerca de la intención de voto y de los componentes de afectación del colectivo, es sometido al ciclo de inteligencia por un grupo de investigadores que conforman la información necesaria para actuar y tomar decisiones en los diferentes escenarios. Obsérvese que este proceder se aplica en las campañas electorales del mundo como un elemento para el aseguramiento de los resultados.
 
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